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LAS TRES ORDENES

La Segunda Orden: Las Clarisas (OSC)

HERMANAS CLARISAS

La Segunda Orden, más tarde conocido como las Clarisas, tuvo sus inicios en 1212. En ese año Santa Clara de Asís le pidió a San Francisco que le permitiera abrazar la nueva forma de vida que había instituido. A ella se sumaron pronto varias otras mujeres devotas, incluyendo su madre y su hermana. Santa Clara fue la primera mujer en escribir una regla (una forma de vida) para su comunidad que, tras años de lucha, recibió la aprobación papal en 1253. Esta orden incluye muchos monasterios diferentes de monjas que profesan la Regla de Santa Clara.

En el año de 1263, el Papa Urbano IV decidió que las "Damas Pobres de San Damián", es decir, todas las Hermanas que de manera más o menos explícita - estaban vinculadas a Clara, deberían llamarse "Clarisas".

Francisco había dejado a Clara una Regla, cuando ella determinó seguir sus pasos. En ese momento, no era factible que Clara adoptara un estilo de vida semejante al de Francisco. Era por completo impensable, por ejemplo que Clara pudiera vivir una vida de predicadora itinerante. Sin embargo, Clara atribuía a la cuestión de la pobreza singular importancia.

En este Clara obtuvo en 1216 el así llamado "privilegio de la pobreza", que ella misma hizo ratificar por los Papas posteriores. La vida de las Clarisas guardaba una gran semejanza con el régimen de vida que se llevaba en los eremitorios. (cf. Regla Erem). El énfasis se ponía inequívocamente en la consagración a Dios, por medio de la oración, el culto y la contemplación.

Pero el Cardenal Hugolino consideraba que el fundamento jurídico y espiritual de esta comunidad de mujeres de San Damián era absolutamente insuficiente. Además tuvo conocimiento de que en muchas ciudades italianas surgían comunidades parecidas. Decidió, en consecuencia, fundar la "Orden de las Damas Pobres de San Damián", reuniendo bajo este título también otras comunidades femeninas que habían brotado espontáneamente, sin referencia explícita a Francisco y Clara. El Papa afincó la Orden sobre un fundamento monástico de estilo benedictino y redactó para la misma una nueva Regla (1218-1220). El núcleo central de esta Regla lo constituye la clausura absoluta, ya que más de la mitad de dicha Regla se ocupa de la cuestión de la clausura, determinada hasta los detalles mas insignificantes.

Es digno de admiración y sorprendente el hecho de que Clara --a pesar de una Regla tan poco franciscana-- hubiera logrado llevar una vida mística de gran profundidad. Queda sí, la impresión de que ella obedeció y se ciñó a tal Regla, que le había sido impuesta, de manera puramente "formal". Por otra parte, en 1234 Clara se puso en contacto con Santa Inés de Praga, que entonces se hallaba comprometida en el empeño de lograr un fundamento franciscano para la Segunda Orden. El Papa Gregorio IX, el antiguo Cardenal Hugolino, no quiso atender su petición, pues decía que la Regla de las Hermanas, escrita por San Francisco, no era más que "un alimento para niños de pecho" completamente insuficiente para mujeres adultas.

Tan sólo su sucesor, el Papa Inocencio IV cedió un poco, al redactar una nueva Regla para Clara. Con todo, también este pontífice incurrió en el mismo error, pues al pretender imponer a los conventos la obligación de aceptar dotes y propiedades, no hizo otra cosa que suscitar una decidida resistencia por parte de Clara, quien comenzó entonces a escribir su propia Regla, procurando asimilarla a la Regla de los Hermanos Menores de 1223, con lo cual se reforzaba la unidad espiritual entre la Primera y la Segunda Orden. La Regla conservaba, no obstante, la forma de vida contemplativa, siguiendo en parte --a este respecto-- las ordenaciones de la Regla de Hugolino, adaptándolas al espíritu franciscano que en esta materia se muestra más libre.

En los capítulos centrales de su Regla, Clara describe su propia experiencia espiritual, la que la condujo a aliarse con Francisco en un espíritu de fraternidad y pobreza absoluta. Esta circunstancia constituía algo completamente desusado, fuera de lo común. Se ha podido incluso comprobar que Clara planteó, incluso con más fuerza que el propio Francisco --que ha sido tenido siempre como "el hermano por antonomasia"-- el carácter democrático de la convivencia conventual.

Poco antes de su muerte, la Regla recibió la aprobación de la Iglesia; esto no obstante, fueron pocos los monasterios a los que se autorizó el acogerse a dicha Regla. Fue el Papa Urbano IV quien decidió que todos los miembros de la Orden de las "Damas Pobres de San Damián" emplearan --indistintamente-- el nombre de "Clarisas", dado que en el momento de la muerte de Clara había ya aproximadamente 150 comunidades que se declaraba seguidoras de la Santa. Por su parte, el mismo Papa Urbano se puso en la tarea de escribir una nueva Regla para las Clarisas. Esta Regla urbaniana desconoce por completo la espiritualidad de Clara. Muy tardíamente llegó la hora exacta para que la Regla de Clara tuviera cabal aplicación; hoy en día la mayor parte de los monasterios siguen su Regla.

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