Familia Franciscana del Ecuador

Paz y Bien
secretariado@familiafranciscana.ec
Email
Quito, Ecuador
Ubicación
DESARROLLO

Desarrollo

Francisco y Clara como punto de partida

Hoy por hoy tenemos una conciencia más definida de que la familia franciscana fue iniciada conjuntamente por Francisco y Clara. Sin embargo, incurriríamos en un craso error si pensáramos que ambos constituyeron un principio en el sentido absoluto de la palabra, dado que a su vez, uno y otra se hallaban insertos dentro de una historia que era anterior a ellos.

1.1. El Movimiento de los Penitentes y el Movimiento de las Mujeres

Al referirse a su nuevo estilo de vida, Francisco emplea el término "penitencia", y por ello, el primer nombre que tuvo su fraternidad fue el de "Penitentes de Asís". En la misma forma, Clara, independientemente de Francisco, se tenía por una penitente. En este contexto, es importante recordar que la palabra "penitencia" (poenitentia en latín) designaba un concepto sumamente importante en aquella época. Equivalía al propósito de llevar "una vida conforme al Evangelio"; dicho de otra forma, la penitencia significaba una entrega total a Dios y a Jesucristo.

¿Cual pudo ser la razón para que entonces se recurriera precisamente a un concepto como el de "penitencia", que hoy se nos antoja tan negativo?

El hombre de la Edad Media tenía una comprensión de la vocación religiosa que difiere sustancialmente de la nuestra. Con frecuencia, se aislaba de la convivencia ordinaria de la gente y de la sociedad - solo o con algunos compañeros - para procurar vivir con Dios en una relación particular. Se veía a sí mismo como alguien que debía llorar continuamente por sus propios pecados y por los pecados del mundo. A través de una vida de oración, de recogimiento y de renuncia, buscaba su propia salvación, así como la salvación de los demás. El concepto "penitencia" constituía una característica fundamental de esa conciencia fervorosa a lo largo de los siglos XII y XIII, llegando incluso a designar un estilo de vida que, poco a poco correspondería a una estructura jurídica, claramente definida.

Desde los comienzos del Cristianismo, tanto el pecado como su absolución, no se consideraban asuntos que se referían únicamente a la persona como individuo. La opinión pública no podía pasar indiferente y ajena al pecado y a su reparación. Por ello, la Iglesia estableció un estado especial de penitencia para quienes habían cometido delitos graves, tales como el asesinato, el adulterio, la blasfemia, e incluso aquellos pecados que parecían completamente incompatibles con una vida de unión con Dios.

Tales personas, en consecuencia, tenían que hacer penitencia pública, renunciando - entre otras cosas, a la convivencia conyugal -, distribuyendo su dinero a los pobres, fundando iglesias y conventos, rezando determinadas oraciones, ayunando en ciertas épocas, etc.

El pecado, la absolución del pecado y la imposición de la penitencia constituían, en efecto, eventos que se producían públicamente en la Iglesia. No obstante, con el correr del tiempo, poco a poco, esta forma de pensar, de juzgar y de proceder se fue olvidando, hasta verse relegada y sustituida por la confesión auricular. Sin embargo, dicho desplazamiento no se produjo sin resistencia de la Iglesia oficial. Muchos hombres y mujeres decidieron entonces abrazar el estado de penitentes. Por sí mismos y en sustitución de los demás, se mostraban dispuestos a asumir las consecuencias que anteriormente eran propias de la penitencia pública.

En un libro que se refiere a esta cuestión, se hace la siguiente observación: "Quien no sepa recitar de memoria los salmos, quien no se sienta capaz de permanecer en vela durante una vigilia nocturna, quien no es capaz de ponerse de rodillas o de quedarse de pie con los brazos en cruz, o postrado en el suelo, podrá escoger otra persona que asuma en su lugar la respectiva penitencia, pues está escrito: 'Ayúdense mutuamente a llevar sus cargas' (Gál 6,2) "

La práctica de la penitencia supuso la imposición de determinadas prescripciones, tales como la prohibición de ejercer profesiones que parecieran incompatibles con el Evangelio, por ejemplo, el oficio de comerciante o de soldado, para citar únicamente dos casos. Estaba prescrito el ayunar los lunes, miércoles y viernes; era obligatorio observar el gran ayuno durante el tiempo de Cuaresma, dar limosna, disciplinarse con instrumentos de penitencia (flagelación, cilicios, hacer peregrinaciones, retirarse a una ermita, etc.).

También en la vida de Francisco y Clara encontramos prácticas y ejercicios de esta índole. En el año de 1221, en una especie de Regla, que fue antiguamente atribuida a Francisco, pero que en realidad no es de su autoría, aparecían prescripciones parecidas. Nos referimos al así llamado "Memorial". Posiblemente fue el cardenal Hugolino quien preparó este documento, buscando con ello imponer sus ideas a los Hermanos Menores, lo mismo que a las Hermanas de San Damián.

En su "Carta a los fieles", dirigida a los penitentes que buscaban su orientación y consejo, Francisco alude indirectamente a dicho "Memorial", proponiendo, sin embargo, su propia opinión acerca de la vida evangélica, con lo que conseguía proyectar su influencia personal sobre sus seguidores. De este movimiento de penitencia, orientado y animado por Francisco, fue de donde posteriormente surgió la Tercera Orden Franciscana, en un principio en forma espontánea, y finalmente, de manera oficial en el año de 1289, con la aprobación del Papa Nicolás IV.

A principios del siglo XIII, por tanto ya antes de Francisco y Clara, existía un gran entusiasmo por las Ordenes de Penitentes. Lo que refiere Tomás de Celano con respecto a Clara, puede también traducir algo de este dinamismo religioso: "Muchas personas que ya estaban ligadas por el vínculo del matrimonio, se comprometieron de común acuerdo, a observar la abstinencia conyugal, mediante el ingreso de los hombres en una Orden y de las mujeres en un monasterio. La madre animaba a su hija y la hija estimulaba a su madre a seguir a Cristo; las hermanas alentaban a sus hermanas y las tías hacían lo propio con sus sobrinas" (Vida de Santa Clara 10).

En realidad, la cita anterior pone de manifiesto otro hecho: el movimiento de los penitentes ejercía igualmente una considerable influencia en la vida de las mujeres. En toda la Italia central, como también en Renania (piénsese por ejemplo en la Beguinas), fueron surgiendo espontáneamente movimientos de mujeres. Se trataba particularmente de personas pertenecientes a familias adineradas o nobles que se retiraban de la sociedad - ya como anacoretas o ingresando a un monasterio - para llevar una vida exclusivamente consagrada a Dios. Tan sólo en nuestra época hemos llegado a comprender la enorme importancia que alcanzaron dichos movimientos. Lo anterior nos permite comprender en qué forma las motivaciones ascéticas (= renuncia y mortificación) fueron también características de las tres Ordenes Franciscanas, a pesar de que no constituían su elemento central, como ha sido demostrado en la Primer apunte. La mayor importancia la retuvo siempre el principio positivo: el testimonio ofrecido a un Dios que se encarnó para hacer más humanos a los hombres.

1.2. La alternativa propuesta por San Francisco

Aparte del movimiento de los penitentes, se presentaba otro factor en la situación de la sociedad de Asís, que a la postre fue determinante para la forma de vida elegida y adoptada por Francisco y Clara.

"Como me encontrase envuelto en el pecado" (Test 1)

En su testamento, Francisco divide su vida en dos momentos o fases, nítidamente separadas una de otra, o sea: la vida "en pecado" y su vida "de penitente". Dicha división nos proporciona alguna claridad, no sólo en relación con la biografía de Francisco, sino también respecto a diversas formas de vida yuxtapuestas, a saber, la sociedad burguesa y la Orden Franciscana. Lo que separa una forma de vida de la otra es el "abandono del mundo" como Francisco solía llamarla. El entendió su nuevo régimen de vida como una alternativa y una ruptura con el régimen de vida que había vivido anteriormente en la ciudad de Asís.

Para poder comprender la fascinación que Francisco fue capaz de suscitar en tantas personas, es indispensable señalar los rasgos característicos de lo que tal vida "en pecado" significaba. Al leer las biografías escritas sobre la persona de Francisco, uno se siente tentado a identificar en dicho estado "en pecado" varios pecados concretos y diferentes. No obstante, lo que se pretende expresar en esa forma es una condición general, un modo de estar sometido a condiciones sociales que ignoran por completo a Dios, a Jesucristo y su Evangelio. A pesar de que en la ciudad de Asís había muchas iglesias y sacerdotes, y de que frecuentemente se celebraban oficios litúrgicos, la gente se mostraba interesada y embebida en sus asuntos inmediatos, sin conceder mayor importancia a otras realidades.

El mundo del que Francisco participaba antes de retirarse de él, revestía determinadas características:

  • Como ocurre hoy en muchas partes del mundo, el desarrollo urbano provocaba el éxodo de la población rural hacia las ciudades. Eran muchas las razones que provocaban el que tal cosa ocurriera: inventos técnicos, propios de la época, lo mismo que el florecimiento del comercio contribuían al creciente prestigio de las ciudades, lo que se constituyó asimismo en factor determinante de la prosperidad que alcanzaron muchos miembros de la burguesía. Conviene, con todo, advertir que tan sólo una porción relativamente pequeña de la población general tenía acceso a dicha posibilidad.
  • La mayor parte de la población vivía al margen, percibiendo únicamente un mínimo indispensable para poder subsistir. Una inmensa muchedumbre padecía los rigores de la miseria y vivía en condición de penuria. Pero el más inhumano era el destino de los leprosos, forzados a vivir fuera de las ciudades. Su expulsión se realizaba incluso con la solemnidad de un oficio litúrgico.
  • El desarrollo de las ciudades provocaba un viraje de la sociedad: la vida social no estaba ya fundada en la posesión de la tierra, sino en la función que se desempeñaba dentro de la ciudad; no tenía ya su fundamento en los nobles (que en Asís se llamaban "mayores"), sino en el pueblo (conocidos en Asís como los "menores"). Ya no conservaba su valor la autoridad otorgada "por la gracia de Dios", como un derecho vitalicio heredado de los antepasados, sino la autoridad concedida "por la gracia del pueblo" por medio de las elecciones que se organizaban periódicamente. Ya no conservaba su valor el sistema feudal, basado en el latifundio y ratificado por la fidelidad que los vasallos prometían a sus señores, sino que lo que ahora valía era la decisión de los burgueses. 

Esta transición y este cambio de la base social supuso un proceso largo y doloroso. En concreto, en Asís, él significaba: revolución, guerra civil y cautiverio.

En 1203 fue firmada en Asís una "Carta de Paz" entre la nobleza y la población, la que devolvía a los nobles su autoridad, desde luego, de alguna manera mitigada. Inmediatamente después (1203-1204) vivió Francisco los acontecimientos que decidirían su vida, a saber: su enfermedad, su encuentro con el leproso, el acontecimiento de San Damián y el rompimiento con su padre.

En la segunda "Carta de Paz" de 1210, el peso político se inclinó del lado del pueblo. Casi por el mismo tiempo, Francisco, acompañado de once compañeros, presentó al Papa su propia "Carta de Paz" que contenía la forma de vida que él y sus hermanos voluntariamente habían elegido (1Rg 2,5.7).

Misericordia

Francisco vincula su conversión a una experiencia muy concreta y única: Ve reflejada la miseria de su época en la cara destrozada de un leproso. Reconoce que de alguna manera Asís es una "cultura de la inclemencia" y que el sistema social en el que creció no se basa en el Evangelio. También que el mundo en que él se crió no se rige por la hermandad sino por el dinero y el "estatus", por el poder y la dominación de los ricos sobre los pobres. De esa manera Francisco se distancia del mundo (ver Test 1-5) y comienza con su "cultura de la misericordia".

Descubre al "Crucificado" y ve en él el ejército de los leprosos. Descubre el evangelio de los pobres y se mezcla con la gran masa de los mendigos y jornaleros, personas que van en busca de trabajo día tras día. Francisco descubre una Iglesia fraternal y trata de vivirla en comunidad con los pobres y leprosos. Su ejemplo fue seguido en las 3 órdenes fundadas por él mismo.

1.3. Las consecuencias

Al principio Francisco se encontró solo, despreciado, perseguido por su padre, declarado loco. Mas, a poco comenzaron a llegar hermanos y hermanas; y en 10 o 15 años, el número de aquellos que se dejaron seducir por la alternativa franciscana creció desmesuradamente. Dos textos ilustran claramente el ascendiente que Francisco ejercía sobre los demás:

‘ Corrían a él hombres y mujeres; los clérigos y los religiosos acudían presurosos para ver y oír al santo de Dios, que a todos parecía hombre del otro mundo...Mucha gente del pueblo, nobles y plebeyos, clérigos y legos, tocados de divina inspiración, se llegaron a San Francisco, deseosos de militar siempre bajo su dirección y magisterio. Cual río caudaloso de gracia celestial, empapaba el santo de Dios a todos ellos con el agua de sus carismas y adornaba con flores de virtudes el jardín de sus corazones. ¡Magnífico operario aquel! Con sólo que se proclame su forma de vida, su regla y doctrina, contribuye a que la Iglesia de Cristo se renueve en los fieles de uno y otro sexo y triunfe la triple milicia de los que se han de salvar. A todos daba una norma de vida y señalaba con acierto el camino de salvación según el estado de cada uno ’
(1C 36-37)

Pero más importante todavía que este texto escrito en 1228 por el franciscano Tomás de Celano, resulta la narración de otro testigo ocular, Jacobo de Vitry. Y nos parece tanto más valioso por tratarse de un personaje ajeno al movimiento franciscano, que escribe en el año de 1216:

‘ He visto a un gran número de hombres y mujeres que renunciaban a todos sus bienes y abandonaban el mundo por amor de Cristo: los "Hermanos menores" y las "Hermanas menores", como se les llama. Tanto el Señor Papa como los cardenales sienten hacia ellos un gran aprecio. No les interesan para nada los valores y los bienes temporales. Alimentan, con todo, una única pasión a la que consagran sus esfuerzos: arrancar de las vanidades del mundo las almas que están en peligro para atraerlas a sus filas. Y por la gracia divina han tenido ya grandes éxitos y han realizado numerosas conquistas; quienes los escuchaban, decían a sus amigos: 'Vengan, para que lo vean con sus propios ojos'. De esta manera, un auditorio llama e invita a otro. Esos hermanos viven de acuerdo con la forma de vida de la Iglesia primitiva, de la que se escribió: 'la multitud de los fieles tenían un sólo corazón y una sola alma' (Hech 4,32).

Durante el día entran en las ciudades y aldeas, dedicados a la vida activa del apostolado; por la noche, vuelven a sus eremitorios o se retiran a la soledad de la vida contemplativa. Las mujeres conviven en algunos hospicios no lejos de las ciudades; no reciben ni aceptan donaciones, sino que viven del trabajo de sus manos. Pero se afligen y se sienten muy molestos con la veneración que tanto clérigos como laicos les tributan, por parecerles desmedida.

Una vez al año, los hombres de esta Orden se encuentran y reúnen en un lugar previamente convenido para alegrarse en el Señor y comer juntos, lo que les resulta altamente provechoso a todos. Valiéndose de la ayuda de consejeros rectos y virtuosos, redactan, promulgan y presentan para su aprobación al Señor Papa santas instituciones; y luego, se separan de nuevo por un año y se expanden por toda Lombardía, Toscana, Apulia y Sicilia ’
Jacobo de Vitry carta de 1216

1.4. Clara de Asís

Clara de Asís es la co-fundadora que participó casi desde el principio de esta nueva visión espiritual. Paul Sabatier, el gran investigador de la historia franciscana, nos habla de ella:

‘ La figura de Clara no constituye tan sólo una reproducción de Francisco, el fundador de la Orden...Ella aparece como una de las mujeres más nobles descritas por los historiadores. Se tiene la impresión de que, por humildad, ella se ocultaba y procuraba desaparecer entre bastidores. Sin embargo, tampoco sus contemporáneos supieron apreciarla en su justo valor, acaso por un desmedido recelo, o hasta obedeciendo a motivaciones surgidas de la rivalidad entre las diversas fundaciones franciscanas. Quitada esta reserva, Clara tendría que ser tenida como una de las mujeres más sublimes de toda la historia ’

Es preciso poner de manifiesto que Clara llevaba ya una intensa vida espiritual antes de encontrar a Francisco por primera vez. Independientemente de él, había elegido ya un estilo de vida radical en la condición de los penitentes. Al oír Francisco hablar de Clara, se puso en contacto con ella y le habló del "buen Jesús". Fue entonces cuando Clara decidió acompañarlo y se incorporó definitivamente al movimiento franciscano en 1212. En un sueño, sintió la presencia de Francisco como la de una madre "que la amamantaba". Esta afirmación aparece en el testimonio presentado por uno de los testigos en su proceso de canonización.

Mientras que Francisco pertenecía a "los menores", como miembro que era de la rica corporación de los comerciantes del pueblo de Asís, Clara era miembro de una familia de "mayores", es decir, pertenecía a la aristocracia. Queda la impresión de que entre las mujeres de la casa de esta noble familia se hubiera dado una conspiración, pues cuando Clara se fue a vivir a San Damián, también Inés y Beatriz, sus hermanas de sangre, y su madre Ortulana, lo mismo que su parienta Pacífica de Guelfuccio, se unieron a ella en el mismo convento.

Francisco escribió entonces una forma de vida para las "Hermanas Menores", como se les llamó el principio por analogía con el nombre original de la Primera Orden; posteriormente, sin embargo, recibieron el nombre de "Damas Pobres de San Damián". Clara insertó en su Regla el texto escrito por San Francisco:

‘ Al advertir el bienaventurado Padre que, de alguna manera, abrigábamos un gran temor por la pobreza, el trabajo, el sufrimiento, la humillación y el desprecio del mundo, pero que realmente queríamos aceptar todas estas cosas como si fuesen grandes placeres, él mismo, movido por su amor, escribió para nosotras una forma de vida en estos términos: 'Desde el momento en que, por inspiración divina, os habéis convirtido en hijas y servidoras del altísimo y sumo rey, el Padre del cielo, y os desposasteis con el Espíritu Santo, escogiendo una vida conforme a la perfección del santo Evangelio, yo quiero - y lo prometo en mi propio nombre y en el de mis hermanos - alimentar siempre, para el bien de todas vosotras, el mismo diligente cuidado y solicitud que tengo por ellos'. Y él cumplió con toda fidelidad esta promesa durante todo el tiempo de su vida y quiso que también sus hermanos la cumplieran ’
Regla de Santa Clara VI, 2-4

La forma de vida escogida por Clara era hasta entonces completamente desconocida en la Iglesia. A lo largo de varias décadas Clara se vió precisada a luchar por su derecho de vivir esta forma de vida franciscana, muy particularmente en lo referente a su exigencia central: la pobreza absoluta. Y es que resulta necesario tener presente que no era entonces costumbre ni estaba previsto en el Derecho Canónico que una comunidad de mujeres pudiera recibir la aprobación eclesiástica sin poseer bienes y sin poder por tanto asegurar los presupuestos materiales necesarios para su subsistencia.

Ella personalmente escribió una Regla, convirtiéndose así, en la primera y hasta nuestros días, única mujer en la historia en escribir una Regla monástica. Sin embargo, para lograr la aprobación papal de su regla, debió esperar casi hasta el final de su vida.

Te invitamos a contactarnos

E-mail: secretariado@familiafranciscana.ec