A través de la voz y el corazón del P. Guillermo Campuzano cm, la Vida Consagrada del Ecuador se ha dejado interpelar, por el Espíritu del Señor y por la realidad de nuestro mundo en la Décima Semana Teológica de la Vida Consagrada, vivida desde el 17 al 21 de octubre de 2018, con diversas generaciones de consagrados/as compartiendo juntas.
Con libertad y esperanza nos hacemos preguntas que nos han tocado el corazón: ¿estoy amando?, ¿sobrevivió el amor en las experiencias duras? ¿huiré del amor verdadero que trae una carga profunda de dolor? ¿tendré coraje para amar la realidad? ¿y para amar mi vocación? ¿tengo coraje para amar a mis hermanos/as y a la misión? Y si yo no voy al encuentro del Amor, ¿quién irá? ¿quién hará lo que tenemos que hacer?
Estamos llamados a dejarnos amar por el Amor de Jesucristo y a vivir la vida desde su Amor. Si dejamos de amar se deterioran la fascinación, la entrega, la comunión, se nos rompe la vida. El amor último se construye en el amor de hoy.
Amar la realidad… “La creación sufre dolores de parto” –dijo Pablo. Hoy nos preguntamos ¿son estos dolores de muerte? … los gemidos de la vida se hacen cada vez más fuertes… pero “nada podrá apartarnos del amor…” (Rm. 8, 39). Por eso, amar la realidad es mantener viva esta esperanza y reclama visión profética, expandir nuestros imaginarios, aceptar plenamente lo humano, comprometernos por un futuro aún posible. “Mira que yo hago nuevas todas las cosas” (Ap 21, 5). Amar la realidad, desde la experiencia del Cristo total que está en ella, pasa por la experiencia de la encarnación, la cruz y la resurrección.
Amar la vocación… Con un amor que me saca de mí, que me libera de todas mis tiranías… que me prepara para seguir amando en la soledad, en la monotonía, en la insignificancia…que me hace reconocerme vulnerable y en crecimiento, situado/a y proyectado/a, en intimidad y en relación… Que me integra paso a paso en semejanza con Jesús, que me apasiona por la humanidad rota y herida, que es punto de partida y punto de llegada. Amar la vocación significa amar la vida, atreverse a creer, dar sabor a la vida en el seguimiento a Jesús y el Reino. Amar la vocación es entender, ejercer la vigilancia orante; no es romántico, es arriesgarlo todo. (Jn 1,38-39; Hb 12, 1-5).
El coraje de amar la vocación es el de hacerse una persona íntegra a través de la vida como ámbito fundamental, de la persona de Jesús como clave de lo humano, de lo relacional como énfasis central de una vida consagrada que es trinitaria en su esencia y del Carisma que hay que asumir hasta que se encarne y se convierta en nuestra manera de ser, de pensar, de ver, y de actuar, en el punto de integración de nuestra fe y nuestra vida.
Amar la fraternidad… es amar con terquedad, convencidos de que el Amor es posible. Es vivir el mandato de Jesús en el momento de entregar la vida: “Hagan esto en memoria mía”, es decir, la vida misma de Jesús, su vivir compartiendo y creando comunión en tantas mesas, en la de Simón, en la de Zaqueo, en la de Mateo, en la de Betania, en la mesa de los publicanos y pecadores; es su entrega incondicional, es su vida oculta en Nazaret. La comunidad es eucarística, nace de la comunión en Jesús, es vivir participando como hermano/as en una sola mesa, la mesa cotidiana es la misma mesa de Jesús; la mesa de la eucaristía es la de la comunión, es la del comedor, la de la cocina, la de la sala de comunidad... (Lc 22, 14-20)
Amar la misión… Es de noche y huele mal en el valle de la muerte (Ez 37,1ss); es de noche y hay riesgo en el regreso de Emaús a Jerusalén (Lc 24,13-25). Y por eso nos seguimos preguntando: ¿quiénes correrán el riesgo de la misión? ¿quiénes dejarán de quejarse, quiénes se atreverán y dejarán de dar excusas? ¿dónde están las profetisas y los profetas de hoy? ¿qué institutos se atreverán, aunque sea de noche?, ¿cómo se evidenciará en nosotros/as el coraje de amar? Se nos plantea la cuestión de la disponibilidad radical. ¿A dónde nos llama Dios? Solo hay que escuchar los gritos de la realidad, gritos de la tierra, de la humanidad, de los pobres... y decir a la humanidad y a la tierra que están en miseria, que Dios no los ha abandonado y nuestra presencia es la evidencia; y decirle a Dios que lo amamos, que lo amamos tanto que hemos decidido ser su presencia allí donde se duda de Él.
El horizonte de la novedad, está en el “cómo” profético, que reclama, hoy, una apertura constante y una presencia “densa” e itinerante, más que extensa y estática, al modo liberador de Jesús.
Hoy, la misión nos pide descentrarnos. Todas las religiones tienen que aunar fuerzas para una misión que nos trasciende, que transciende lo religioso. Nos pide ir al fondo en una comunión con el Creador, con la casa de todos, con la humanidad herida. Nos pide colaborar con los laicos, entre congregaciones, dando la prioridad a los sujetos emergentes, a los jóvenes, a las mujeres y a la cultura vocacional para la misión.
Con María en Caná (Jn 2,1-11), ¿llenaremos nuestras tinajas con el agua humilde de nuestra respuesta?, ¿dejaremos que el Señor transforme el agua en vino nuevo para la humanidad? ¿correremos este riesgo?